miércoles, 22 de agosto de 2012

Los nuevos mitos

Cuando Júpiter decidió darse un garbeo para satisfacer su líbido como de costumbre, eligió a la esposa del cadí y de ella nació un magistrado de la Audiencia Provincial de Toledo, hermano de padre de tantos jueces que han pasado por la primera instancia, cuya rotación da vértigo (llevo no menos de siete). El engendro reunió en sí la prepotencia y el capricho, la violencia capaz de las instituciones con la lengüita de plata. Para que se hagan una idea, los jueces son a la Justicia lo que los parlamentarios a la política. Que nadie espere de ellos cualquier concepción ordinaria de justicia. Un amigo dice que no conoce a nadie más tramposo que los jueces: pueden poner una cosa y su contraria y a ambas llamarlas justicia, jurisprudencia y no sé sabe cuántas cosas más. Todo bien presentado en papel oficial, como sus nóminas, dietas y facturas. Se postulan en sus lindos escritos como galantes defensores de la idea de todas putas menos mi madre pero en versión masculina: todos ellos son malos y malos padres, menos el mío (y eso está por verse). Lo que le ofrecen a los hombres es aguantar cualquier macarrada de sus ex-mujeres: te vas a cagar, no vas a ver a tus hijos ni en pintura, te voy a joder como hombre, eres un maltratador, págame donde yo diga lo que yo pida, y no hay comunicación porque no me sale a mí y te veto la custodia por la misma razón y cuando quiera te mando al calabozo, al juzgado o a paseo. En este juego macabro hay involucrados niños, ciudadanos normales (súbditos les gusta recordar a alguno), abogados siempre con ánimo de lucro, jueces tahúres que echan su partida de póker contra el letrado con tu dinero, fiscales con falta de valor apegados al condumio de la plaza y otra horda alojada en nichos administrativos aún por desmontar, como el Instituto de la Mujer, las asociaciones que viven de esto (Juristas Themis, Asociación de Mujeres Separadas), Observatorios de Violencia sobre la mujer, delegados del Gobierno… Ni uno muestra un asomo de autocrítica. Tienen el poder. Eso les basta.
Una mujer decide que ya no quiere a su marido y quiere disponer libremente de su vida. Se marcha de casa porque a los niños ya sabe que su marido les cuida muy bien (¿será que tanta campaña del tú también puedes habrá tenido su efecto? Será eso). Cuando el marido presenta el divorcio, ella reacciona porque con qué se va a quedar y le denuncia. Los jueces, los fiscales, tragan, no vaya a ser que sea éste el que les haga salir en los periódicos y les joda la carrera profesional: ya saben que no les va a pasar nada por prevaricar. Empiezan a condenar, a alejar, a impedir cualquier acceso a la justicia al pobre diablo. Y que pague las costas si reclama, no vaya a molestar a Sus Señorías o a la mujer libre. Si esto es justicia, España es un país democrático.
¿Por qué no hay revueltas contra esto? Por lo mismo que nadie quiere que le conviertan en delincuente. Pero cuando se les encasilla como tales (150.000 al año son declarados maltratadores, los mismos y unos cuantos más que año tras año van a engrosar la lista de los que están golpeándose a poco que lo quieran contra ese muro que no dejan de anunciarles), entonces es posible que quieran salir del pozo negro de la administración de Justicia en el que sumen cualquier reclamación de persona desde allí vista como non grata –especialmente en cuestiones de familia lo son los hombres– con su ténebre trasfondo.
Señor, no pida justicia. No se la van a dar. Están ahora reformando el CGPJ. Para cuando lleguen a lo suyo…

http://www.acciclm.org/?p=197