«Desde septiembre no veo a la niña, me la dejó una semana en Navidad» para evitar consecuencias judiciales mayores, puesto que «ya tiene una condena a nueve meses de cárcel por incumplir el régimen de visitas y no llevarla al punto de encuentro para que pudiéramos estar juntos».
Precisamente ese fallo judicial dio esperanzas a este joven zamorano. Esperanzas vanas: La joven madre estuvo llevando a la pequeña al punto de encuentro para que su padre la recogiera sólo entre abril y septiembre de 2011. «Ya son cuatro años de lucha y continuaré porque necesito estar con ella, verla y no quiero que mi hija crea que no he luchado por ella».
Él continúa yendo al punto de encuentro los días que le corresponde para no perder sus derechos como padre. Al tiempo «he denunciado en el juzgado que mi expareja se ha ido sin decir nada, llevó a la niña tres días al colegio y tampoco allí comunicó nada, cuando fui a preguntar, no sabían nada».
Por su parte, la madre de la pequeña ha solicitado una modificación del régimen de visitas, en la que «por primera vez es amplísima porque sabe que yo no puedo desplazarme hasta Málaga, no tengo medios económicos, cobro una ayuda de 400 euros y mis padres me dan dinero para poder abonar la pensión a la niña porque yo siempre he pagado, sé que es para mi hija».
Este padre afirma estar «cansado de tener que acudir al Juzgado casi continuamente» para exigir el derecho elemental a ejercer de padre, a disfrutar de su hija. «Cuando empecé a verla en el punto de encuentro, con una sentencia judicial de por medio, la niña tenía nueve meses. Ya entonces hubo tres modificaciones del régimen de visitas, la vi dos meses seguidos y su madre no volvió a llevarla más». Las denuncias por no poder estar con su hija se prolongaron durante un largo año, acumuló más de veinte. Finalmente logró alcanzar un acuerdo con su ex compañera sentimental que le permitió recoger a la niña en el punto de encuentro y llevarla a su casa de viernes a domingo, cada quince días, y miércoles alternos. «Aunque llevaba un año largo sin estar conmigo sabía quién era y me llamaba papá». Fue una época feliz, en la que también los abuelos paternos gozaron con la compañía de su nieta. El sueño duró bien poco. En cinco meses la pesadilla volvió a empezar.