martes, 25 de junio de 2013

Papá pasa de ser ídolo a ser ejemplo de vida

El cariño hacia la figura paterna va cambiando en cada etapa. La clave para conseguir un vínculo sólido es que el padre se involucre en la crianza de sus hijos, desde los hábitos al juego.

Pamela Elgueda | El Mercurio/GDA
Nicolás quiere a su papá porque juega con él y es "amoroso". Víctor siente que su actual relación con su padre es mejor que antes, porque es similar a la que tienen un par de amigos. Carola e Ivonne observan que el afecto por sus progenitores varió: pasaron de quererlo porque era quien se preocupaba de ellas a cuidarlas y encargarse de ellas "con un cariño y suma atención".
Porque el amor que cada uno le profesa a su padre madura y evoluciona junto con cada persona. Y es tan particular como lo es cada ser humano y como lo es, también, el vínculo afectivo que esa dupla logró establecer desde el nacimiento mismo.

Bebés, niños y cariño.

Algo que vale para papás y mamás, porque los lactantes no hacen diferencia entre ambos progenitores hasta una edad más avanzada. "Las emociones de un niño hacia su padre están más bien determinadas por la calidad y la cantidad del cuidado que recibe de él, más que por el hecho de ser un papá", explica Felipe Lecannelier, psicólogo y director del Centro de Estudios Evolutivos e Intervención en el Niño (CEIN) de la Universidad del Desarrollo.
Amalia está a días de cumplir un año. Sus grandes ojos negros se abren y sonríen cuando su papá, Pablo González, aparece en su campo visual. Es una figura importante para ella. Desde que nació, él comparte sus cuidados con Mónica Durán, mamá de Amalia: los pañales, el baño, los cariños cuando hay llanto, la mamadera, la papilla, las salidas a pasear, los juegos y las visitas al doctor.
Ella es capaz de diferenciar físicamente a sus cuidadores, distingue sus patrones de voz, de contacto físico y de acercamiento a ella. La diferencia la podrá hacer más claramente después de su primer cumpleaños. "En general, a los dos años se observa que los niños buscan de un modo diferencial al padre y a la madre, dependiendo de la conducta de cuidado", dice Lecannelier. Por la forma como suelen acercarse los papás a los hijos, lo más probable es que el niño busque al papá para las instancias de juego y actividad, y a la mamá para calmarse.
Que las niñas y los niños quieren de manera distinta al padre, es evidente. Sigmund Freud habló del Complejo de Edipo hace más de un siglo, y las cosas no parecen haber cambiado en ese aspecto. "El primer amor del niño es la madre, ella es todo para él, es su objeto de deseo. Y el papá viene a romper esa ilusión del niño, de que él es todo para la madre. Y se da una rivalidad entre ambos", parte explicando María Olga Herreros, psicóloga de niños y adolescentes, asociada al Centro de Estudios e Investigación en Psicoanálisis Lacaniano de Santiago de Chile.
La relación con la niña es distinta, añade, porque ella "alcanza a identificarse con la madre y logra intuir eso que pasa entre los padres respecto de ser una mujer para un hombre y nota el efecto que tiene para el papá".
Esto, sin embargo, no significa que el niño siempre rivalice con el papá y la niña siempre lo ame.
"La relación entre los hijos y los padres se mueve entre el amor y el odio; esa es como la música de fondo de ese vínculo afectivo", complementa María Olga Herreros.
Sobre esa base, entran a jugar los estilos de crianza: "Un papá que no se involucra con las tareas, con los juegos, con los aspectos cotidianos de la crianza, un papá periférico, no establecerá un vínculo de afecto sólido con su hijo. Porque hoy los estudios demuestran que la única manera que esos afectos se establezcan es que el papá quiera involucrarse", dice Nidiam Pardo, psicóloga clínica, doctorada en Psicoanálisis y directora de Psicología en la sede Viña del Mar de la Universidad Andrés Bello.
Nicolás Manieu está por cumplir 13 años. Es el mayor (tiene un hermano de 11 y una hermana de dos y medio) y no tiene que pensar mucho lo que le gusta y lo que no del papá: "A él le gusta hacer deporte y jugar conmigo. Cuando estamos juntos nadamos en la piscina, jugamos a las peleas y vamos a hacer deportes nuevos, como escalar y parapente", dice. "Me gusta que sea bondadoso y alegre, y me gustaría ser así. De verdad, es muy buen papá y no creo que haya nada que cambiarle, salvo que a veces es impuntual", opina.

Críticos y omnipotentes.

En la adolescencia, añade Nidiam Pardo, se da una "reedición" del Complejo de Edipo y de la dinámica de amor y odio, de alianzas con un progenitor y rivalidad con otro, según las circunstancias.
María Olga Herreros comenta que ha tenido la oportunidad de ver cómo mientras más cercano es el vínculo en la infancia, más conflictiva se vuelve la relación en la adolescencia: "Como la relación familiar es muy intensa, la pelea del hijo adolescente por salir al mundo exterior es mucho mayor. La intensidad del odio es el motor para poder separarse de esa persona a la que antes se amó, papá y mamá aparecen como seres humanos con fallas y justo eso pasa cuando el adolescente está en un momento de su existencia en que se siente omnipotente".
Sin embargo, más allá de eso, Nidiam Pardo resalta que el vínculo cariñoso entre padre e hijo, marcará la relación entre ambos en el futuro: "El afecto que una persona pueda tener hacia sus padres será directamente proporcional al establecimiento de las relaciones afectivas vinculares entre ese hijo con los padres por separado y con ellos en conjunto como pareja".

La adultez: una etapa de balance e intercambio de roles

La adultez es una etapa de balances y análisis en la relación de los hijos con su papá. "Se produce una identificación, en la que -en términos psicoanalíticos- los hijos se asemejan a esa figura y toman tanto aspectos positivos como negativos de ella", explica la psicóloga Nidiam Pardo.
Según la etapa vital que está viviendo la relación padre-hijos, los segundos podrán rescatar los aspectos positivos del progenitor y atesorarlos. "Aunque el papá haya sido un sujeto arbitrario o dominante, el hijo mira el contexto en que eso se produjo, entiende que se relaciona con eso y entiende mejor las razones paternas", explica.
Víctor Mora tiene 44 años y una relación de "partner" con su papá de 66 años. "Él fue papá joven, entonces él sabe que al principio no fue tan cercano, porque seguía de fiesta. Eso no significa que no estuviera: él ponía las reglas y, a su manera, estaba presente en la supervisión. Ahora es mucho más cercano, es más amigo, más compañero y se preocupa de mí más en ese plano", describe Víctor.
Cuando el padre ya es un adulto mayor se produce un cambio de roles y de las expectativas, dice Esteban Calvo, sociólogo del Instituto de Políticas Públicas de la Universidad Diego Portales.
"Antes él me protegía. Ahora, lo protejo yo", dice Carola Canales, de su papá de 82 años. Ella recalca que no se trata de una devolución de ese cuidado que ahora le da a su progenitor: "Él me entregó mucho amor, con él aprendí a darlo y eso es lo que hago ahora con él", afirma.
Su familia tiene una casa de salud donde cuidan a adultos mayores que ya no pueden vivir solos. "Veo hijos que van a dejar a sus padres y que te dicen que van a pagar por Internet, porque no quieren tener que venir a la casa y ver a sus papás. Otros, en cambio, vienen siempre, los llaman, se mantienen preocupados y atentos, porque formaron un vínculo que permanece".