lunes, 23 de abril de 2012

S.O.S. padres: La batalla por los hijos

Cada vez son más los hombres que denuncian una cultura judicial que no tiene en cuenta su lugar como padres. Dicen que la sola voz de la madre alcanza para obstruir la relación con sus hijos sin que la Justicia los escuche. ¿Cambio cultural? ¿Madres con poder impune?

"Si llegan a ver a ese desgraciado, salgan corriendo porque las quiere secuestrar".

Todavía hoy, casi treinta años más tarde, Laura N. se recuerda huyendo de su propio padre junto con sus hermanas, cumpliendo con sumisa obediencia el mandato materno. "No quería secuestrarnos -aclara-. Sólo se aparecía en el colegio o en la esquina de casa para vernos, porque mi mamá le hacía las mil y una para que no tuviéramos contacto con él. Tal vez no era muy buen marido, pero yo lo adoraba a mi viejo... El hecho es que ella decidió borrarlo de su vida y de las nuestras. Y lo logró sin demasiadas dificultades, sin que la Justicia hiciera demasiado para impedirlo.

Hoy, casi tres décadas después, con una profesión y una familia bien constituida, Laura puede ver que el crecer sin su padre -y sin su familia paterna- es una cicatriz que no se borra pese al paso de los años. "Yo creo que el daño que me hicieron me discapacitó en lo afectivo. Y parte del daño es irreparable. Nadie me devuelve los años que me perdí con mi viejo", se lamenta.

Tampoco nadie le devolverá a su padre esos años perdidos. Muchas veces las separaciones mal resueltas terminan tomando a los hijos como botín, moneda de cambio de una transacción en la que todos pierden. La novedad es que el fenómeno de la nueva paternidad, con hombres de mayor compromiso y dedicación en la crianza, hoy se ve traducido también en una actitud más decidida en defender su lugar ante los hijos. Si antes muchos hombres penaban en silencio la injusticia de quedar fuera de la vida de los chicos tras el divorcio -tal vez aceptando resignadamente el opaco lugar que la época les daba a los padres, por aquello de que "los hijos son de la mamá"-, hoy es lógico pensar que no estén dispuestos a ser corridos de la escena sin dar pelea.

Agrupados en diferentes organizaciones no gubernamentales, muchos hombres comenzaron a descubrir que sus dramas personales tenían demasiados puntos en común como para creer que todo lo que les había tocado vivir fuera producto de la mala suerte. Hoy denuncian que no en pocas ocasiones la Justicia los discrimina y prejuzga, como si a ellos les correspondiera pagar la cuenta de los daños ocasionados por el machismo y el sometimiento femenino en nuestra sociedad. Y si bien reconocen la importancia de que existan normas que protejan especialmente la vulnerabilidad de las mujeres (como la media sanción al proyecto de ley del femicidio, obtenida en Diputados el miércoles último), pelean por dejar de ser víctimas de generalizaciones estereotipadas que los colocan, indefectiblemente, en el lugar de victimarios.

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