sábado, 24 de abril de 2010

Extraordinario artículo de la extraordinaria página WEB: "CRÓNICAS DEL ABSURDISTAN"

Miopes en la niebla
La ideología única es una atmósfera enrarecida y pobre de oxígeno, aunque omnipresente, ávida de grietas y resquicios; una niebla densa que nos cierra el horizonte y nos mantiene dando vueltas entre las cuatro esquinas del corral mediático, incapaces de distinguir las realidades de las sombras, las voces de los ecos. Donde hay células grises, hay demanda prioritaria de certezas dadas y, a falta de mejores catecismos y ortodoxias, de ideología única, nuestro credo posmoderno. A veces, una bocanada fresca disipa un poco los vapores de nuestro cerebro y nos permite ver fugazmente una realidad más nítida, pero en seguida el Gran Hermano nos administra otra dosis de opiáceos políticamente correctos y volvemos a nuestra modorra habitual, llena de opiniones coincidentes y catarsis solidarias que nos enternecen y llenan de optimismo. ¡Ay, compadre, qué buena gente somos y cuánta razón tenemos!
En el terreno de la violencia doméstica -una de las múltiples celdillas del panal ideológico único- la nieblas han sido siempre especialmente densas y acortadoras de la visión. Desde hace muchos años, todas las políticas, medidas legislativas y partidas presupuestarias relacionadas con la violencia doméstica se han adoptado con criterios puramente ideológicos, alejados de cualquier comprobación empírica o científica. Por las buenas, se ha decidido que sólo existe la violencia masculina, y se han justificado los casos de violencia femenina como legítima defensa. Sobre ese principio gratuito se ha construido un complejo andamiaje preventivo y represivo, basado en el desconocimiento de la realidad y en falsos prejuicios, y cuyo efecto más visible (y previsible) ha sido el aumento de la violencia.[1] Para apuntalar "científicamente" ese andamiaje y, de paso, justificar su costo presupuestario, se perpetró en tres ocasiones (2000, 2002 y 2006) un verdadero tocomocho sociológico, por llamar de algún modo a la célebre macroencuesta sobre la violencia "contra las mujeres". Como ya es norma en tales casos, nuestros estamentos universitario, periodístico y político tuvieron una percepción unánime de la realidad, es decir, de la mitad exacta de la realidad visible desde su perspectiva ideológica. La otra mitad, la violencia contra los hombres, quedó oculta por los habituales jirones de niebla y olvido.
La ideología vendó los ojos de nuestros informadores más rigurosos todas y cada una de las veces en las que publicaron, sin asomo de crítica, el mantra predilecto de la antigua comisaria europea Diamantopoulos, según el cual la violencia machista causaba más defunciones y casos de invalidez entre las mujeres de 15 a 44 años que el cáncer, el paludismo, los accidentes de tráfico y la guerra juntos. O cuando, a comienzos de marzo de 2004, se hicieron eco de un informe de Amnistía Internacional con titulares en los que se afirmaba sin rubor que los malos tratos eran "la primera causa de muerte de las españolas de entre 16 y 44 años, incluso por encima del cáncer". O en cualquiera de las incontables ocasiones en las que esa afirmación u otras similares, todas ellas igualmente inexactas, han ocupado las cabeceras de periódicos y telediarios a lo largo de los quince o veinte últimos años.
De nada sirvió, en algunas de esas ocasiones, mandar a las secciones correspondientes de los medios de comunicación las cifras reales de mortalidad proporcionadas por el Centro Nacional de Epidemiología, en los siguientes o parecidos términos:
"Según las tablas del CNE, las causas más destacadas de defunciones de mujeres con edades comprendidas entre los 15 y los 44 años fueron, en el año 1999, las siguientes: cáncer de diversos tipos (1.694), SIDA (267), enfermedades del sistema nervioso (159), enfermedades del corazón (135), enfermedades cerebrovasculares (309), enfermedades del aparato respiratorio (76), cirrosis hepática (104), paro cardíaco (196), accidentes de tráfico (559), envenenamiento accidental (107), suicidio (218), etc. En cambio, las muertes por homicidio, entre las que evidentemente se incluyen las causadas por la violencia doméstica, sólo sumaron 49 víctimas."
Ningún medio de comunicación se tomó la molestia de poner en tela juicio las cifras del apocalipsis de género. La niebla ideológica, no se sabe si de forma espontánea o inducida, se sobrepuso a la evidencia de los datos objetivos. Si, en lugar de víctimas femeninas de la "violencia machista", el disparate informativo hubiese mencionado, por poner un ejemplo de similar valor epidemiológico, los incendios como primera causa de mortalidad de los hombres de 15 a 44 años (tramo de edad en el que el fuego se cobra unas 50 vidas masculinas cada año en España), ¿habríanse callado también al unísono todos los expertos en la materia? ¿Habría sido incansablemente repetida en todos los titulares, telediarios, noticieros o programas de la serie rosa, y aceptada con total naturalidad por lectores y oyentes, una noticia tan inverosímil? Claro que no. Pero tratándose del pensamiento único, los zombis se limitan a deambular entre la niebla.
En 1999 causó gran conmoción un reportaje televisivo titulado "La maté porque era mía", que tuvo una segunda edición el 10 de septiembre de 2000, titulada "O Mía… o de Nadie". La publicidad del documental iba precedida de esta rotunda afirmación: "60 millones de mujeres y niñas mueren cada año en el mundo a causa de la violencia doméstica". Ocho años después, aún es posible rastrear en internet algunos de los numerosos panegíricos con los que se celebró ese premiado reportaje, unánimemente aplaudido por la prensa. Una vez más, la niebla ideológica, más poderosa que las matemáticas, extravió a nuestros halcones mediáticos, aunque algunos observadores con mejor sentido de la orientación les recordaron desde internet (y nos consta que también mediante mensajes directos a la dirección electrónica del programa) este pequeño detalle: que el número de personas fallecidas en el mundo el año anterior ascendía a 54,4 millones; o dicho con sus propias irónicas palabras, que "cada año mueren en el mundo 54,4 millones de personas, de las que 60 millones son mujeres víctimas de la violencia doméstica." Lo de menos es que los autores del reportaje cometieran un error, cosa harto humana. Lo inexplicable, lo sociológicamente anómalo es que centenares de periodistas y expertos no lo advirtieran.
Si alguien se toma la molestia de consultar el Anuario Estadístico del Ministerio del Interior o los datos sobre muertes por violencia doméstica facilitados por el Instituto de la Mujer para 2001 comprobará que los hombres oficialmente muertos por su pareja ese año fueron tres. Sin embargo, una recopilación retrospectiva realizada a través de internet permitió enviar a los medios de comunicación, pocas horas después de haberse publicado esa cifra oficial, una lista de diez hombres muertos a manos de su pareja en 2001, con sus correspondientes enlaces, aún activos, a las noticias originales. De nada sirvió. Esa lista de fortuna, a la que se sumó semanas después un caso más, no suscitó la más mínima atención en dichos medios, ni siquiera en los que, a lo largo de 2001, habían publicado en sus páginas muchas de las noticias incluidas en la recopilación.[2] Una vez más, la ideología derrotó a la deontología profesional.
Y qué decir del apartheid judicial, de la violación de los derechos humanos más generalizada en Occidente, es decir, el expolio afectivo y material de millones de padres separados tras el divorcio o, visto de otro modo, la semiorfandad artificial de los hijos en tales casos. A estas alturas de la película, ni siquiera las nieblas más espesas sopladas a fuelle por el feminismo logran tapar una llaga que escuece, directa o indirectamente, en cada familia española. Qué decir del doble rasero de las leyes sobre violencia de género, de las jurisprudencias desvirtuadoras de la presunción de inocencia, de la impunidad de las falsas denuncias. Qué decir de los estrambóticos juicios por acoso sexual en los que la supuesta acosada reconoce que era ella quien se encargaba de alquilar las habitaciones de los hoteles donde mantenía sus citas amorosas con el "acosador". Qué decir de los asesinatos premeditados del esposo dormido que se han saldado con el indulto gubernamental, o las sentencias que han despachado con un año de cárcel a la asesina "porque el marido la insultaba".[3] Qué decir de tribunales que mantienen en la cárcel al supuesto maltratador durante meses, incluso después de que los exámenes forenses hayan determinado que las lesiones de cargo han sido autoinfligidas por la falsa maltratada y acusadora.[4] Qué decir, en suma, de instituciones que, por su naturaleza, deberían ser inmunes a toda contaminación ideológica y, en aras de la ideología, han abdicado de sus principios consustanciales.
Pero donde más injustificable resulta el ensombrecimiento ideológico es en el mismísimo faro del saber. En un reciente artículo, David Horowitz ha puesto de manifiesto la absurda situación de las universidades estadounidenses, en las que los programas científicos más rigurosos deben coexistir, por imperativo del feminismo de género, con proyectos ideológicos arbitrarios y totalmente incompatibles con la propia función de la investigación universitaria. Y compara tal situación con la aceptación simultánea del creacionismo y la teoría de la evolución, es decir, dos explicaciones del origen de la humanidad absolutamente incompatibles. No podía España quedarse al margen de tales oscurantismos, cada vez más presentes en nuestras facultades y nuestros cursos de verano. Nuestras autoridades académicas no parecen tener especial dificultad para alojar bajo el mismo techo las utopías y representaciones gratuitas de los estudios de género, por un lado, y los descubrimientos científicos y las constataciones fehacientes de la genética, la paleoantropología o la historia que desmienten con rotundidad tales elucubraciones de género, por otro. En cuanto a la pereza de nuestra alma mater para estudiar con seriedad uno de los fenómenos de mayor trascendencia política y social de nuestro tiempo (la violencia doméstica), además de la explicación de la contemporánea niebla ideológica, tal vez sea oportuno recordar, sin salirnos del ámbito climático, la valleinclanesca definición de España como "corral nublado", o los versos machadianos: "Filósofos nutridos de sopa de convento/contemplan impasibles el amplio firmamento."
El protagonista de un cuento de Oscar Wilde es un gigante egoísta cuyo jardín queda sumido en un interminable y brumoso invierno, mientras a su alrededor se suceden las estaciones. Sólo cuando el malhumorado gigante obra con generosidad y tolerancia, la primavera vuelve a sonreír en su huerto. Corral nublado o jardín en perpetuo invierno, el marco de prevención de la violencia doméstica no será eficaz mientras no se restablezca la igualdad ante la ley para ambos sexos o, lo que es lo mismo, mientras no se sustituya la ideología por la realidad como fuente de derecho. Gigantes de los tres poderes, de la prensa y de la universidad, amigos de nieblas y equívocos: sólo la honradez intelectual ennoblecerá vuestra misión, tanto como la envilecerá vuestra deliberada miopía.
[JAD, 12-08-2007]


http://www.absurdistan.eu/cm_miopes.htm